sábado, 6 de agosto de 2011

Déjame

Soy un imbécil. No es algo que sea oculto habitualmente, pero en noches como las de hoy se demuestra más claramente. Soy un imbécil porque no debería pensar en nada mejor que ella y él acabaran juntos. ¿Qué más se podría pedir que dos de mis mejores amigos conformaran una pareja feliz? Pero me duele el alma cuando los veo tontear y me siento como un imbécil porque me duela el alma de esa manera. He llegado a casa machacado, destrozado y dolido. Y encima, sereno.
Ella no es la mujer de mi vida, aunque estuviera convencido de ello, y no sé por qué me empeño en no querer que sea feliz con otra persona. Tuvimos nuestra oportunidad, y la dejamos escapar.
Nunca pensé en que me costaría tanto olvidar a alguien que no llegó a ser prácticamente nada, querer a alguien distinto. Nunca pensé que yo podría llegar a tener celos de un amigo y de ella. Me duele parecer el perro del hortelano, que ni come ni quiere dejar comer.
Me duele tanto ella que pienso que no debería volverla a ver. Pero no tengo la fuerza de voluntad necesaria para tomar esa decisión. Porque cada vez que me sonríe me desarma, y no es la mujer más guapa del mundo, y el 99% de los hombres no se fijarían en ella, pero es posiblemente la mejor persona con la que me he cruzado en la faz de la Tierra y posiblemente la única mujer que ha visto en mi algo más que un amigo o un hombro dónde llorar. Y no me molesta ser eso para muchas de ellas, pero a veces  uno siente la necesidad de ser algo más que un tipo de casi dos metros feo y torpe, que no es capaz de encarar a una mujer y decirle que no quiere ser su amigo, sino que quiere ser algo más.
Y me duele el alma. Me duele el alma de pensar en la posibilidad, que algún día se dará, de que ella esté con otro. Y sí, preferiría que no fuera mi amigo. Aunque en el fondo es lo máximo que uno pueda pedir para aquella que controla su corazón.
Y hoy debería de haberla acompañado a casa, pero no sirvo ni para eso.

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