Aquella tarde-noche no era diferente a las demás. Dentro del
grupo iban los dos juntos, charlando y riendo, rememorando viejos tiempos y
viejas historias. Ygerne contaba historias de juventud, de sus relaciones
esporádicas con ellos y ellas en noches de música y alcohol. Juan, sin embargo,
no podía dejar de mirar sus verdes ojos e imaginar que una de esas relaciones
la tenía con él.
Entraron en el bar y se colocaron en el sitio de costumbre,
cerca de las escaleras que conducían al primer piso dónde ellos y ellas
buscaban intimidad para sus relaciones. Ygerne comenzó a bailar como siempre,
jugando con unos y otros, despertando los instintos de todas las personas que
le rodeaban. Ella era feliz así y Juan había aprendido a no molestar cuando
entraba en ese trance.
Pero siempre había algo que rompía ese encantamiento. Aquel
día se había unido a ellos el hermano de David, su mejor amigo, que rápidamente
entró en el juego de ella y comenzaron a bailar. El juego comenzó a subir de
tono y poco después la cogió de la mano y se subieron al piso de arriba. Juan
sintió su corazón romper, aunque no era la primera vez y ya se estaba acostumbrando
a esa sensación. David le puso la mano sobre los hombros, consciente de la
situación, pero Juan hizo un gesto de que ya no importaba.
Pero de repente vio bajar a él, acompañado de otra chica. “Mierda,
su ex”, oyó a David. Juan se quedó sorprendido y poco después bajó una Ygerne
descompuesta, corriendo, llorando, que salió rápidamente del bar. Juan no se lo
pensó dos veces y corrió tras ella. La cogió de los brazos en la puerta, pero
ella empezó a golpearle, enrabietada, chillando, diciendo muchas cosas. “Sois
todos unos cerdos, sois unos mierdas, os odio”. “Tranquila, preciosa, tranquila,
desahógate, estoy aquí para eso”, le decía Juan intentando tranquilizarla. “Tú
eres el peor”, le espetó de repente, “eres el primero que no me hace caso”.
“¿Qué me estás diciendo? Te quiero más que a nada en el
mundo, estoy loco por ti desde hace muchos años y tengo un miedo atroz a
decirte nada porque eres demasiado importante para mí como para asumir un
rechazo. Te quiero y me resulta terrible que me eches en cara eso”. Soltó esa
parrafada sin darse cuenta, sin pensarlo, y cuando quiso parar ya era demasiado
tarde. “Perdón, no debería haber dicho esto…”, acertó a decir.
Ygerne levantó la cabeza y se le quedó mirando con sus
grandes ojos verdes. No dijo nada, había perdido toda su locuacidad. Y cuando
Juan se esperaba un desprecio, se abrazó a él y escondió su cara contra su
pecho. “¿Por qué has tardado tanto?”, acertó a decir entre lágrimas. Juan dudó
sobre qué tenía que hacer, pero cuando ella levantó la cabeza para mirarle a
los ojos supo que era el momento. Y simplemente, la besó.
“Por fin una noche en mi vida que merece la pena”, concluyó
ella.