"Las personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones."
La cita es de “El principito”, el delicioso libro de Antoine de Saint-Exupery. Me ha venido a la mente en repetidas ocasiones desde este fin de semana. A veces me siento demasiado lejos de la gente de mi generación. A veces siento que me apetece vivir como lo haría si tuviera diez años menos. A veces pienso que estoy fuera de lugar y que la gente a mi alrededor me mira como si un bicho raro fuera cuando intento arrastrarlos. No puedo evitar sentirme apresado en una situación cuando veo ciertas cosas que ocurren a mi alrededor. No puedo evitar sentirme alejado de los que me rodean cuando les veo asumir lo que la sociedad o quién sabe quién manda para su edad.
No necesito que nadie me diga la edad que tengo ni necesito que me recuerden que ya no soy un adolescente. No necesito parecer lo que dicen que debería ser para la edad que tengo, porque realmente no tengo esa edad. No la tengo porque no me da la gana de tenerla, porque me niego a aceptar que la juventud se puede empezar a escapar de mis manos. No la tengo porque me quedan todavía un montón de cosas por hacer y sobre todo me quedan las ganas de hacerlas.
No quiero hacer las cosas por costumbre. No quiero hacer las cosas porque toca hacerlas. Las cosas que hago las hago porque me da la gana y no obligado. Me intento rebelar contra el hastío, la costumbre y el aburrimiento. Aunque no toque, ¿por qué no me voy a ir de mochilero este verano en mis vacaciones? ¿Por qué no voy a emborracharme y hacer tonterías con mis amigos? ¿Por qué no voy a quedarme en casa un sábado cuando sé que voy a hacer más de lo mismo?
Quizás todo esto se parece demasiado al
Síndrome de Peter Pan…