lunes, 18 de octubre de 2010

Cita a ciegas (V)

Al día siguiente era como si su vida hubiera cambiado. De repente se encontraba de buen humor, y así se lo hicieron notar todos sus compañeros de trabajo. La verdad era que por primera vez en muchos meses lo había pasado muy bien y todo había sido gracias a ella. Aquella tarde, cuando encendió el ordenador, la buscó en ese instrumento del diablo que es el Messenger. Se sentía bastante torpe con ese aparato, nunca había sabido como comenzar una conversación con la gente, pero pensó que después de la noche anterior las cosas irían rodadas. Pero no fue así. Ygerne sí que se encontraba al otro lado del ordenador, pero sintió como si toda la magia se hubiera perdido. La conversación avanzaba a trompicones, sin mucho sentido, con demasiados silencios, hasta que decidió dejarlo desilusionado. Nada era como la tarde anterior y empezó a pensar en que todo había sido un sueño. Bonito, pero un sueño al fin y al cabo.

En el trabajo perdió rápidamente su buen humor y volvió a encerrarse en sí mismo. Hasta que el viernes por la tarde, saliendo del trabajo recibió una llamada al móvil. Era un número extraño, parecía de centralita, de esos números que siempre rechaza y nunca coge la llamada. Pero la cogió. Y era ella de nuevo, Ygerne. Con voz de enfado le preguntó por qué había desaparecido desde el lunes y no había ni siquiera llamado. Juan empezó a notar como se atrancaba y le temblaba la voz sin saber cómo explicarse hasta que Ygerne comenzó a reírse al otro lado de la línea. Se la había pegado de nuevo. Comenzaron ahora sí a hablar en serio, una conversación distendida hasta que al final Ygerne le dijo de quedar el domingo por la tarde a tomar un café. “En campo neutral”, añadió. Juan aceptó intentando que no se notara la euforia que sentía ante la posibilidad de volver a estar con ella y quedaron para el domingo.

Juan descubrió que lo que Ygerne entendía como campo neutral era un parque que se encontraba al lado de su casa. Le mosqueó esa coincidencia, aunque no entendía la razón por la que estaba tan a la defensiva con ella, hasta que se encontraron y se saludaron; el momento en el cuál la magia volvió a nacer, el momento en que todas las reticencias que asomaban por su cabeza se esfumaron. Aquella tarde estuvieron en el cine y luego fueron a cenar. Aprendió mucho más sobre ella, conoció su vida en la ciudad en la que nació, le contó el dolor que sintió cuando tuvo que trasladarse en su adolescencia tan lejos de su origen. Cómo tuvo que dejar a todas sus amigas, con las que había acabado por perder el contacto, cómo había tenido que construir una nueva vida al lado del gran río. Cómo la primera época fue horrible y sólo encontró el apoyo de Bea, a la que conoció en su primer día en su nuevo instituto. Y cómo desde entonces Bea y ella habían sido inseparables, se había convertido para ella en una hermana. Él, a su vez, le contó su infancia en un pueblo con mar, y cómo su llegada al interior le hacía sentir que le faltaba algo, que anhelaba esa inmensidad que veía desde su ventana todas las mañanas al levantarse. Hablaron de muchas más cosas. De sus respectivos estudios, de sus ansias de libertad y de aquello que descubrieron que eran pasiones comunes: los viajes y los libros, conocer lugares distintos, culturas diferentes, o soñar con ellas, imaginarlas a través de las palabras escritas.

Continuará...

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