sábado, 21 de agosto de 2010

Cita a ciegas (III)

Miles de ideas le pasaron por la cabeza y no hacía más que dar vueltas sobre el colchón, notando como sus piernas temblaban de los nervios que le atenazaban. Finalmente, consiguió conciliar el sueño, pero para entonces ya eran las siete de la mañana.

Le despertó el timbre de la puerta. Miró somnoliento el despertador. ¡Eran las dos de la tarde! “Mierda, mierda, mierda, son ellos”. Se levantó de un salto, se lavó la cara deprisa y corriendo y se vistió de mala manera mientras el timbre no paraba de sonar y gritaba “ya voy, ya voy”. Al abrir la puerta no esperaba lo que vio. Plantada había una chica de melena corta muy negra, bastante más alta que la media y con cara de enfado. Tenía unos ojos de un verde tan bonito que provocaron que no pudiera mirar otra cosa. Ni siquiera su pequeña boca ni el precioso vestido que llevaba puesto. Se quedó sin habla. “¿Me vas a invitar a pasar o no? Porque llevo mucho rato esperando…”. Se apartó torpemente de la puerta para que ella pasara sin ser capaz todavía de articular palabra. “Ya que se te ha comido la lengua el gato hablaré yo. Soy Ygerne, y creo que hablamos por teléfono anoche”. Vale, la chica tenía todavía más morro del que creía. “No te esperaba sola, además tenemos un pequeño problema”. “Javier y Bea vienen ahora que están aparcando. ¿Cuál es el problema?”. “Me he quedado dormido y no hay comida hecha”. Ygerne se me quedó mirando fijamente, con cara muy seria, y de repente comenzó a reirse, cada vez con más fuerza. Primero la miré sorprendido y luego no pude más que contagiarme de su risa. Cuando Javier y Bea subieron, nos encontraron a los dos llorando de la risa en el vestíbulo de mi casa. “Bueno, veo que ya os habéis conocido...”

Una vez conseguimos controlar nuestro ataque de risa, las soluciones vinieron solas. Ygerne entró como un vendaval en mi cocina y comenzó a sacar cosas de los armarios, de la nevera y de lugares inexplorados desde hace mucho tiempo para acabar configurando un menú, que ni corta ni perezosa se puso a cocinar. Yo protesté, era mi cocina y ellos eran mis invitados, y no podía permitir que acabaran cocinando ellos. “Prefiero cocinar que quedarme sin comer”, dijo Ygerne sin cortarse un pelo. Llegafo ese momento, esa chica había conseguido que estuviera comenzando a interesarme, a sentir curiosidad por saber como era ella y descubrir más cosas…

Continuará...

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